Aclaración: La mayor parte de los vídeos empleados en esta entrada pertenecen a WMG.
Para Mauricio Montes.
El conocimiento del
desconocimiento.
La primera vez que escuché a
Enya no sabía que escuchaba a Enya.
A inicios de la década de los noventas,
en México se transmitió un anuncio comercial del whisky escocés, Chivas Regal,
donde se empleaba como música incidental un tema de la cantante irlandesa conocida
como Enya.
Dicha canción captó mi atención,
y me pareció enigmática. Sin embargo, no supe cómo se llamaba.
(Hago una pequeña digresión, a
partir de una idea que surgió al escribir estas palabras.
Hace algunos años —veinte para
ser más preciso— no se disponía de internet
para satisfacer cuantas dudas surgían. Había que acudir a los libros, a los
padres..., y muchas veces éstos eran incapaces de dilucidarlas.
Yo nací en 1981, y por tanto,
pertenezco a una generación transitoria: de enlace entre las “viejas” y las
“nuevas” generaciones.
Como lo señalé en la
presentación de esta bitácora, yo escuché música en discos de vinil, “caséts” —casetes
o cintas magnetofónicas, como se les conoce en otros lugares—, y discos
compactos: en radiograbadoras y en el estéreo del automóvil; y actualmente lo
hago en la computadora —tanto en la red como en mi audioteca personal—, en un
reproductor de mp3...
Aún pongo en tela de juicio si
se pueden denominar “avances”. Lo cierto es que en el último lapso, los
“cambios” en aspectos como la tecnología, han sido radicales y vehementes, a
tal grado de que muchas personas no las pueden ni quieren asimilar.)
Así, el comercial dejó de
transmitirse, y yo me olvidé de la canción durante años.
Los orígenes.
Eithne Patricia Ní Bhraonáín —o
Enya Brennan, en su forma adaptada al inglés— nació en el seno de una familia de
músicos el 17 de mayo de 1961 en Gweedore —Gaoth Dobhair en gaélico—, condado
de Donegal, Irlanda.
Cursó estudios de música
clásica y piano.
En 1968, sus hermanos Pól y
Ciarán, su hermana Máire —también conocida como Moya (Brennan)— y sus tíos
gemelos Noel y Padraig Duggan formaron una banda que llamaron An Clann As Dobhar, “La familia de
Gweedore”, que se renombró Clannad en
1970.
Así, Enya comenzó su carrera en
1980, participando de éste, tocando los teclados.
Su presencia más notable se
identifica en Fuaim que data de 1982.
La “trinidad”.
Nicky Ryan era el mánager y
productor del grupo; sin embargo las dificultades personales con Ciarán, el
hermano de Enya, lo llevaron a abandonar su puesto.
Por la diferencia de
edades respecto de los otros integrantes, y el rol secundario que desempeñaba, Eithne
decidió separarse también.
Al referirse a Enya quizá haya
que hablar de una prolífica “trinidad”, constituida desde 1982 por la cantante,
ejecutante y compositora Eithne, el productor y arreglista Nicky y la letrista
Roma, esposa del anterior, como lo señaló el editor de Hot Press, Niall Stokes en octubre de 2009.
El reencuentro de dos desconocidos.
Acompañaba a mis padres en sus
actividades de fin de semana. Concurrimos en la tienda departamental Liverpool, ubicada en el Centro Comercial Perisur. En el
departamento de música, sonó Orinoco Flow,
“La corriente del Orinoco” —¡la misma que había escuchado años atrás en aquel
comercial!—, y me desquicié.
Como si sintiera que era la
última oportunidad de saber cómo se llamaba esa canción y quién la
interpretaba, les supliqué a mis progenitores que me compraran el disco
compacto, y accedieron.
Paint the Sky with Stars: The Best of Enya.
Finalmente disipé mis dudas. Se
trataba del álbum “Pintar el cielo con estrellas: lo mejor de Enya”, una
compilación de éxitos complementada por dos temas inéditos que fue lanzada el
11 de noviembre de 1997, bajo el sello de Warner
Music.
Para entonces la cantante había
participado de la banda sonora de The
Frog Prince (1985), “El príncipe sapo”, así como compuesto y grabado la
música para el documental The Celts, “Los
celtas”, de la BBC, de donde se derivó su primer álbum denominado Enya de 1987, el cual sería reeditado en
1992.
Watermark (1988),
“Filigrana, Marca de agua”, la segunda producción de la cantante como solista, la
dio a conocer internacionalmente, gracias a temas como Orinoco Flow y Storms In
Africa.
Posteriormente vinieron Shepherd Moons (1991), “Lunas pastoras”,
y The Memory of Trees (1995), “La
memoria de los árboles”, así como algunos sencillos.
Paint
the Sky with Stars fue uno de mis primeros discos favoritos: lo
escuchaba incesantemente hasta que memoricé las canciones. Incluso hoy cuando
lo reproduzco, me estremezco y “con-fluyen” en mí un sinfín de sensaciones.
Orinoco
Flow.
“El flujo del Orinoco”, a
menudo conocida como Sail Away, debido
a la frase que se repite frecuentemente en el coro, es el mayor éxito de la
cantante. Se dio a conocer como el primer sencillo de su segundo disco, Watermark.
Contrario a lo que se piense, debe
su título al lugar en que fue grabado: los Orinoco
Studios, “Estudios Orinoco.” Aunque también se relaciona con el río Orinoco
que fluye por Venezuela evidentemente.
Su creación se dio a partir de
la interpretación de una pieza por Enya, la cual fue tomada por Nicky Ryan,
admirador de Phil Spector, quien reprodujo los acordes en cinco octavas
diferentes.
Lo antiguo y lo moderno
convergen en el cuerpo de la pieza cuando los sonidos se superponen y evanescen
para ser interrumpidos —y al mismo tiempo, armonizados— por un estruendo que
cae de golpe como el tiempo mismo en tanto la composición parece “brincar” y
alargarse en los solos, metáforas de miembros y funciones autónomos que
conforman este “ser vivo”.
Aquel que se disponga a
“escuchar” y no a “oír” esta canción tan perjudicada por su fama, disfrutará de
dicha esencia polifónica.
Caribbean
Blue.
Curiosamente, en el decurso el
celebérrimo tema anterior desmereció ante la pista número dos: “El azul del
Caribe”, la cual acaso sea mi canción predilecta de esta cantautora.
Caribbean
Blue
sobrecoge a quien la escucha, al grado de experimentar la sensación de que navega
realmente, gracias a los Άνεμοι,
dioses griegos del viento que se materializan en la letra.
Las modulaciones de Enya —sucesión
de ecos: fantasmas de voces— son olas hipnóticas que mecen el barco en que se
viaja.
Mientras tanto, la melodía incesante
—como si se tratara de reverberaciones del monocordio— acompaña a la palabra,
“polifurcándose” y dando la impresión de que las notas “salpican” el rostro cual
brisa.
De Paint the Sky with Stars, además de las dos referidas, disfruto
mucho: Book of Days, “El Libro de
(los) días”; Anywhere Is, “En algún
lugar está”; la retumbante Only If...,
“Sólo si...”; la melancólica Shepherd
Moons, “Lunas pastoras”; la polifónica On
My Way Home, “Sobre el camino de mi hogar” y la conmovedora The Memory of Trees, “La memoria de los
árboles”.
Asimismo, me “saben”
misteriosas como las pócimas druidas, The
Celts, “Los celtas” y Boadicea,
“Budica”, donde Enya le rinde homenaje a su estirpe céltica —en la última, a
partir de la reina guerrera icena—, ensalzando la fortaleza que albergan las
mujeres de su tierra natal.
Storms
In Africa, “Tormentas en África”, donde las percusiones imitan e
invocan al trueno —digo “donde” y no “en que” porque la canción es un “lugar”, no una “cosa”—, es uno de esos gustos que me permito ocasionalmente, y que
quizá ya conocía, así como la desoladora Watermark
—incluso antes de Orinoco Flow: el
tiempo es confuso en este caso—, gracias a un compañero de la secundaria cuyo
apodo era “El militar”, quien amablemente me grabó una cinta con música New Age —que también contenía piezas de
Yanni, otro de mis referentes musicales—, y que infortunadamente perdí sin
recordar cómo.
El estilo.
Realmente es impresionante lo
que Enya logra: crear música —“convocar” sonidos e instrumentos inexistentes—,
a partir de la tecnología del sintetizador Roland Juno-60 —¡tan cercano al clavicordio!—,
el “muestreador” o sampler alemán Kurzweil, el piano y su tesitura de
mezzosoprano.
La sucesión de voces que se
registran en más de cien diferentes pistas o “capas de voz” que se sintetizan y
sincronizan posteriormente, es lo que le otorga un estilo inconfundible a su
propuesta musical.
A pesar de que la artista niega
cualquier influencia en particular, reconoce su deuda con las tradiciones
musicales irlandesas, eclésiasticas y clásica. Sin embargo, en algunas de sus
creaciones —My My Time Flies, “Mi (mi)
tiempo vuela”, se pueden identificar “felices coincidencias” con canciones como
California Dreamin’ de The Mamas & the Papas y Your Mother Should Know de The Beatles.
A Day without Rain.
Posteriormente compré “Un día
sin lluvia”, dado a conocer a finales de noviembre de 2000, marcando el regreso
de Enya después de casi tres años de ausencia, y que se hizo acreedor del Grammy en la categoría de “Mejor Álbum
New Age” de 2002 —ya había logrado el premio en 1993 y 1997 con Shepherd Moons y The Memory of Trees respectivamente—, aunque la cantante desapruebe
esta clasificación, expresando que “al no poder definir su música, se le
denomina así”.
Si bien la “canción insignia”
es Only Time, “Sólo Tiempo”, debido a
que fue empleada por los medios de comunicación estadounidenses después de los
atentados del 11 de septiembre de 2001, yo prefiero Wild Child, “Niño salvaje”, Flora’s
Secret, “El secreto de Flora”, y One
By One, “Uno por uno”, con su aire de “baile cortesano europeo”.
También me gustan A Day Without Rain, “Un día sin lluvia”;
The First of Autumn, “El primero de
otoño”, Fallen Embers, “Brasas (o
ascuas) caídas”, Silver Inches,
“Pulgadas de plata”, y Lazy Days,
“Días relajados”.
The Lord Of The Rings Soundtrack.
En 2002, Enya colaboró en la banda
sonora original de “La comunidad del anillo” —la primera película de la trilogía
cinematográfica de “El señor de los anillos”— con dos temas: Aníron, “Yo deseo” y May It Be, “Podría ser”. El primero de
ellos fue grabado en los míticos estudios londinenses de Abbey Road; sin embargo, fue el segundo el que se granjeó elogios,
nominaciones y premios.
Sólo para puntualizar, señalo
que en dicha banda figura la pista catorce, intitulada Lothlórien, homónima de un tema que la artista grabara en su tercer
álbum, Shepherd Moons (1991).
Dos álbumes más.
En 2007, la artista obtiene su
cuarto Grammy con Amarantine (2005), título con que se
alude a una flor mítica que nunca pierde su color.
En éste se advierten
características particulares como la apreciación “más clara” de su voz, la inclusión
de tres canciones en “loxian”, lengua “avanzada y futurista” construida por su
letrista, Roma Ryan. También es la primera vez que no figura ningún tema en
gaélico ni latín, pero sí uno en japonés,
Sumiregusa, “Violeta salvaje”, inspirado en un haiku de Matsuo Bashō.
And
Winter Came, “Y el invierno llegó”, se concibió como un
proyecto navideño. Sin embargo, en el decurso se optó por dotarlo de una
temática “invernal”, y se puso a la venta en noviembre de 2008.
The Very Best of Enya.
“Lo mejor de Enya” es el
segundo álbum recopilatorio de la cantante. Salió a la venta en 2009. Yo lo
adquirí en el 2012 en su “Edición Deluxe” que consta de un CD de 22 temas y un
DVD con vídeos musicales y documentales.
En el librito que acompaña al
álbum, Enya señala que “cuando la disquera Warner
Music le pidió seleccionar canciones que eran particularmente queridas para
ella, basó su elección en los recuerdos y las emociones evocados por dichas
canciones”.
No obstante los sentidos motivos
sobre éstas, yo no disfruto If I Could Be
Where You Are, “Si pudiera estar donde estás”, Stars And Midnight Blue, “Estrellas y azul de medianoche”, Sumiregusa —“Violeta salvaje” en
japonés, idioma en que es interpretada— y Trains
And Winter Rains, “Trenes y lluvias invernales”.
Epílogo.
Las
canciones que escuchamos a lo largo de nuestra vida —incluso las que no nos
gustan— pasan a formar parte de nosotros, adquieren una condición referencial
frecuentemente.
Lo importante no es cómo las conocimos sino lo que significan.
Como
he relatado, a partir de un hecho fortuito —¿acaso no es así, cotidianamente,
como conocemos a los seres que nos trascienden?—, me enteré de la existencia de
una de las “acompañantes” que han determinado mi relación con la música,
convirtiéndose en una confidente cuya paradójico modo de escucharme, es
interpretando.
El
“New Age” es menospreciado, pero al mismo tiempo explotado hasta el hartazgo,
sobre todo por la mercadotecnia.
Además
de utilizarse en la publicidad de diversos productos y servicios, cuántas veces
no hemos identificado diversos temas como fondo musical de emisiones
radiofónicas, o en las salas de espera de los consultorios o los Spas como “relajantes”.
Por
ejemplo, la nominada al Óscar, May It Be, incluso forma parte de las listas de canciones de clases grupales de Fitness.
Asimismo,
hay canciones como Trains And Winter Rains que contiene “todos”
los elementos “estereo-típicos” de este género que puede resultar tedioso y monótono.
Personalmente,
no me interesa que Enya sea la solista irlandesa de mayores ventas en el mundo —y
la segunda artista después de U2—, ni que viva en un ostentoso castillo en Killiney. Mucho menos que
sea una católica devota o que no ofrezca conciertos porque no los necesita para
publicitar su música. Lo que me atañe es lo que su música, su voz... hacen
aflorar en mí.
Para
finalizar, únicamente me resta expresar que, ahora, después de años de
familiarizarme con ella, siempre que escucho a Enya, sé, por su característico estilo, que es Enya.
Apéndice.
Adiemus: la canción de Enya que
no es de Enya.
Mi conocimiento de esta canción
se debe a otro comercial.
En esta ocasión, no fue de otra
bebida alcohólica sino de la compañía aérea, Delta Air Lines.
Por tanto, el cielo, las nubes
y los aviones son las primeras imágenes a que me remite cuando la escucho. Sin
embargo, después surgen otras tantas, afortunadamente.
A decir verdad, siempre asumí
que era de Enya. Sin embargo, a raíz de la investigación que implicó este
“recuento”, descubrí que la canción es interpretada por Miriam Stockley, y pertenece
al disco Adiemus: Songs of Sanctuary
(1995), “Adiemus: Canciones de santuario”, del compositor galés, Karl
Jenkins.
Fue utilizada en el comercial
televisivo referido, y formó parte de la compilación de la serie de Música New Age, Pure Moods de 1997, que podría traducirse como “Pura música
ambiental (o de fondo)”, donde compartió créditos con temas de la propia Enya, Jean
Michel Jarre, Mike Oldfield, Ennio Morricone...
Adiemus —término
que se escribe de forma similar, pero que se pronuncia de forma distinta a una
palabra en latín que significa: “nos reuniremos cerca”— es el título de una
saga de discos de Jenkins, en la que aparecen voces melódicas armonizadas con
una orquesta.
Las canciones carecen de letra.
Se recitan sílabas y palabras inventadas por el compositor, cuyo propósito es
que la voz funcione como un instrumento musical:
Ariadiamus
late ariadiamus da
ari a
natus late adua
A-ra-va-re
tu-e va-te
a-ra-va-re
tu-e va-te
a-ra-va-re
tu-e va-te la-te-a
Ariadiamus
late ariadiamus da
ari a
natus late adua
A-ra-va-re
tu-e va-te
a-ra-va-re
tu-e va-te
a-ra-va-re
tu-e va-te la-te-a...
Adiemus más
que una canción, es una promesa “épica de paz” —por contradictorios que
parezcan ambos términos. Es el descubrimiento de la comunión entre los seres
humanos, a partir de la lucha que se entabla entre los coros vigorosos que
suenan lejanos, pero no sólo espacial sino, sobre todo, temporalmente, y la
flauta conciliadora, donde la voz funge como mediadora entre ambos, aunque
hacia el final se apague hasta extinguirse en la sinuosidad del oboe.