Desde que tengo uso de razón, la música ha sido uno de los elementos indispensables de mi vida. En muchas ocasiones, conocí el mundo, así como mi realidad, a partir de ésta. Esta bitácora pretende ser un tributo a aquellas canciones, melodías, intérpretes... que me han acompañado durante mi estancia fugaz en este planeta.

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domingo, 20 de mayo de 2012

Enya: una historia musical de “casualidad predestinada”... con comerciales incluidos.


Aclaración: La mayor parte de los vídeos empleados en esta entrada pertenecen a WMG.



Para Mauricio Montes.







El conocimiento del desconocimiento.

La primera vez que escuché a Enya no sabía que escuchaba a Enya.

A inicios de la década de los noventas, en México se transmitió un anuncio comercial del whisky escocés, Chivas Regal, donde se empleaba como música incidental un tema de la cantante irlandesa conocida como Enya.






Dicha canción captó mi atención, y me pareció enigmática. Sin embargo, no supe cómo se llamaba.

(Hago una pequeña digresión, a partir de una idea que surgió al escribir estas palabras.

Hace algunos años —veinte para ser más preciso— no se disponía de internet para satisfacer cuantas dudas surgían. Había que acudir a los libros, a los padres..., y muchas veces éstos eran incapaces de dilucidarlas.

Yo nací en 1981, y por tanto, pertenezco a una generación transitoria: de enlace entre las “viejas” y las “nuevas” generaciones.

Como lo señalé en la presentación de esta bitácora, yo escuché música en discos de vinil, “caséts” —casetes o cintas magnetofónicas, como se les conoce en otros lugares—, y discos compactos: en radiograbadoras y en el estéreo del automóvil; y actualmente lo hago en la computadora —tanto en la red como en mi audioteca personal—, en un reproductor de mp3...

Aún pongo en tela de juicio si se pueden denominar “avances”. Lo cierto es que en el último lapso, los “cambios” en aspectos como la tecnología, han sido radicales y vehementes, a tal grado de que muchas personas no las pueden ni quieren asimilar.)

Así, el comercial dejó de transmitirse, y yo me olvidé de la canción durante años.


Los orígenes.

Eithne Patricia Ní Bhraonáín —o Enya Brennan, en su forma adaptada al inglés— nació en el seno de una familia de músicos el 17 de mayo de 1961 en Gweedore —Gaoth Dobhair en gaélico—, condado de Donegal, Irlanda.

Cursó estudios de música clásica y piano.






En 1968, sus hermanos Pól y Ciarán, su hermana Máire —también conocida como Moya (Brennan)— y sus tíos gemelos Noel y Padraig Duggan formaron una banda que llamaron An Clann As Dobhar, “La familia de Gweedore”, que se renombró Clannad en 1970.






Así, Enya comenzó su carrera en 1980, participando de éste, tocando los teclados.

Su presencia más notable se identifica en Fuaim que data de 1982.


La “trinidad”.






Nicky Ryan era el mánager y productor del grupo; sin embargo las dificultades personales con Ciarán, el hermano de Enya, lo llevaron a abandonar su puesto.

Por la diferencia de edades respecto de los otros integrantes, y el rol secundario que desempeñaba, Eithne decidió separarse también.

Al referirse a Enya quizá haya que hablar de una prolífica “trinidad”, constituida desde 1982 por la cantante, ejecutante y compositora Eithne, el productor y arreglista Nicky y la letrista Roma, esposa del anterior, como lo señaló el editor de Hot Press, Niall Stokes en octubre de 2009.


El reencuentro de dos desconocidos.

Acompañaba a mis padres en sus actividades de fin de semana. Concurrimos en la tienda departamental Liverpool, ubicada en el Centro Comercial Perisur. En el departamento de música, sonó Orinoco Flow, “La corriente del Orinoco” —¡la misma que había escuchado años atrás en aquel comercial!—, y me desquicié.






Como si sintiera que era la última oportunidad de saber cómo se llamaba esa canción y quién la interpretaba, les supliqué a mis progenitores que me compraran el disco compacto, y accedieron.


Paint the Sky with Stars: The Best of Enya.






Finalmente disipé mis dudas. Se trataba del álbum “Pintar el cielo con estrellas: lo mejor de Enya”, una compilación de éxitos complementada por dos temas inéditos que fue lanzada el 11 de noviembre de 1997, bajo el sello de Warner Music.







Para entonces la cantante había participado de la banda sonora de The Frog Prince (1985), “El príncipe sapo”, así como compuesto y grabado la música para el documental The Celts, “Los celtas”, de la BBC, de donde se derivó su primer álbum denominado Enya de 1987, el cual sería reeditado en 1992.






Watermark (1988), “Filigrana, Marca de agua”, la segunda producción de la cantante como solista, la dio a conocer internacionalmente, gracias a temas como Orinoco Flow y Storms In Africa.





Posteriormente vinieron Shepherd Moons (1991), “Lunas pastoras”, y The Memory of Trees (1995), “La memoria de los árboles”, así como algunos sencillos.





Paint the Sky with Stars fue uno de mis primeros discos favoritos: lo escuchaba incesantemente hasta que memoricé las canciones. Incluso hoy cuando lo reproduzco, me estremezco y “con-fluyen” en mí un sinfín de sensaciones.


Orinoco Flow.

“El flujo del Orinoco”, a menudo conocida como Sail Away, debido a la frase que se repite frecuentemente en el coro, es el mayor éxito de la cantante. Se dio a conocer como el primer sencillo de su segundo disco, Watermark.

Contrario a lo que se piense, debe su título al lugar en que fue grabado: los Orinoco Studios, “Estudios Orinoco.” Aunque también se relaciona con el río Orinoco que fluye por Venezuela evidentemente.

Su creación se dio a partir de la interpretación de una pieza por Enya, la cual fue tomada por Nicky Ryan, admirador de Phil Spector, quien reprodujo los acordes en cinco octavas diferentes.

Lo antiguo y lo moderno convergen en el cuerpo de la pieza cuando los sonidos se superponen y evanescen para ser interrumpidos —y al mismo tiempo, armonizados— por un estruendo que cae de golpe como el tiempo mismo en tanto la composición parece “brincar” y alargarse en los solos, metáforas de miembros y funciones autónomos que conforman este “ser vivo”.

Aquel que se disponga a “escuchar” y no a “oír” esta canción tan perjudicada por su fama, disfrutará de dicha esencia polifónica.


Caribbean Blue.

Curiosamente, en el decurso el celebérrimo tema anterior desmereció ante la pista número dos: “El azul del Caribe”, la cual acaso sea mi canción predilecta de esta cantautora.






Caribbean Blue sobrecoge a quien la escucha, al grado de experimentar la sensación de que navega realmente, gracias a los Άνεμοι, dioses griegos del viento que se materializan en la letra.

Las modulaciones de Enya —sucesión de ecos: fantasmas de voces— son olas hipnóticas que mecen el barco en que se viaja.

Mientras tanto, la melodía incesante —como si se tratara de reverberaciones del monocordio— acompaña a la palabra, “polifurcándose” y dando la impresión de que las notas “salpican” el rostro cual brisa.







De Paint the Sky with Stars, además de las dos referidas, disfruto mucho: Book of Days, “El Libro de (los) días”; Anywhere Is, “En algún lugar está”; la retumbante Only If..., “Sólo si...”; la melancólica Shepherd Moons, “Lunas pastoras”; la polifónica On My Way Home, “Sobre el camino de mi hogar” y la conmovedora The Memory of Trees, “La memoria de los árboles”.






Asimismo, me “saben” misteriosas como las pócimas druidas, The Celts, “Los celtas” y Boadicea, “Budica”, donde Enya le rinde homenaje a su estirpe céltica —en la última, a partir de la reina guerrera icena—, ensalzando la fortaleza que albergan las mujeres de su tierra natal.







Storms In Africa, “Tormentas en África”, donde las percusiones imitan e invocan al trueno —digo “donde” y no “en que” porque la canción es un “lugar”, no una “cosa”—, es uno de esos gustos que me permito ocasionalmente, y que quizá ya conocía, así como la desoladora Watermark —incluso antes de Orinoco Flow: el tiempo es confuso en este caso—, gracias a un compañero de la secundaria cuyo apodo era “El militar”, quien amablemente me grabó una cinta con música New Age —que también contenía piezas de Yanni, otro de mis referentes musicales—, y que infortunadamente perdí sin recordar cómo.


El estilo.

Realmente es impresionante lo que Enya logra: crear música —“convocar” sonidos e instrumentos inexistentes—, a partir de la tecnología del sintetizador Roland Juno-60 —¡tan cercano al clavicordio!—, el “muestreador” o sampler alemán Kurzweil, el piano y su tesitura de mezzosoprano.

La sucesión de voces que se registran en más de cien diferentes pistas o “capas de voz” que se sintetizan y sincronizan posteriormente, es lo que le otorga un estilo inconfundible a su propuesta musical.






A pesar de que la artista niega cualquier influencia en particular, reconoce su deuda con las tradiciones musicales irlandesas, eclésiasticas y clásica. Sin embargo, en algunas de sus creaciones —My My Time Flies, “Mi (mi) tiempo vuela”, se pueden identificar “felices coincidencias” con canciones como California Dreamin’ de The Mamas & the Papas y Your Mother Should Know de The Beatles.








A Day without Rain.






Posteriormente compré “Un día sin lluvia”, dado a conocer a finales de noviembre de 2000, marcando el regreso de Enya después de casi tres años de ausencia, y que se hizo acreedor del Grammy en la categoría de “Mejor Álbum New Age” de 2002 —ya había logrado el premio en 1993 y 1997 con Shepherd Moons y The Memory of Trees respectivamente—, aunque la cantante desapruebe esta clasificación, expresando que “al no poder definir su música, se le denomina así”.







Si bien la “canción insignia” es Only Time, “Sólo Tiempo”, debido a que fue empleada por los medios de comunicación estadounidenses después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, yo prefiero Wild Child, “Niño salvaje”, Flora’s Secret, “El secreto de Flora”, y One By One, “Uno por uno”, con su aire de “baile cortesano europeo”.






También me gustan A Day Without Rain, “Un día sin lluvia”; The First of Autumn, “El primero de otoño”, Fallen Embers, “Brasas (o ascuas) caídas”, Silver Inches, “Pulgadas de plata”, y Lazy Days, “Días relajados”. 


The Lord Of The Rings Soundtrack.






En 2002, Enya colaboró en la banda sonora original de “La comunidad del anillo” —la primera película de la trilogía cinematográfica de “El señor de los anillos”— con dos temas: Aníron, “Yo deseo” y May It Be, “Podría ser”. El primero de ellos fue grabado en los míticos estudios londinenses de Abbey Road; sin embargo, fue el segundo el que se granjeó elogios, nominaciones y premios.












Sólo para puntualizar, señalo que en dicha banda figura la pista catorce, intitulada Lothlórien, homónima de un tema que la artista grabara en su tercer álbum, Shepherd Moons (1991).







Dos álbumes más.





En 2007, la artista obtiene su cuarto Grammy con Amarantine (2005), título con que se alude a una flor mítica que nunca pierde su color.






En éste se advierten características particulares como la apreciación “más clara” de su voz, la inclusión de tres canciones en “loxian”, lengua “avanzada y futurista” construida por su letrista, Roma Ryan. También es la primera vez que no figura ningún tema en gaélico ni latín, pero sí uno en japonés, Sumiregusa, “Violeta salvaje”, inspirado en un haiku de Matsuo Bashō.






And Winter Came, “Y el invierno llegó”, se concibió como un proyecto navideño. Sin embargo, en el decurso se optó por dotarlo de una temática “invernal”, y se puso a la venta en noviembre de 2008.


The Very Best of Enya.






“Lo mejor de Enya” es el segundo álbum recopilatorio de la cantante. Salió a la venta en 2009. Yo lo adquirí en el 2012 en su “Edición Deluxe” que consta de un CD de 22 temas y un DVD con vídeos musicales y documentales.

En el librito que acompaña al álbum, Enya señala que “cuando la disquera Warner Music le pidió seleccionar canciones que eran particularmente queridas para ella, basó su elección en los recuerdos y las emociones evocados por dichas canciones”.

No obstante los sentidos motivos sobre éstas, yo no disfruto If I Could Be Where You Are, “Si pudiera estar donde estás”, Stars And Midnight Blue, “Estrellas y azul de medianoche”, Sumiregusa —“Violeta salvaje” en japonés, idioma en que es interpretada— y Trains And Winter Rains, “Trenes y lluvias invernales”.


Epílogo.






Las canciones que escuchamos a lo largo de nuestra vida —incluso las que no nos gustan— pasan a formar parte de nosotros, adquieren una condición referencial frecuentemente.

Lo importante no es cómo las conocimos sino lo que significan.

Como he relatado, a partir de un hecho fortuito —¿acaso no es así, cotidianamente, como conocemos a los seres que nos trascienden?—, me enteré de la existencia de una de las “acompañantes” que han determinado mi relación con la música, convirtiéndose en una confidente cuya paradójico modo de escucharme, es interpretando.

El “New Age” es menospreciado, pero al mismo tiempo explotado hasta el hartazgo, sobre todo por la mercadotecnia.

Además de utilizarse en la publicidad de diversos productos y servicios, cuántas veces no hemos identificado diversos temas como fondo musical de emisiones radiofónicas, o en las salas de espera de los consultorios o los Spas como “relajantes”.

Por ejemplo, la nominada al Óscar, May It Be, incluso forma parte de las listas de canciones de clases grupales de Fitness.

Asimismo, hay canciones como Trains And Winter Rains que contiene “todos” los elementos “estereo-típicos” de este género que puede resultar tedioso y monótono.

Personalmente, no me interesa que Enya sea la solista irlandesa de mayores ventas en el mundo —y la segunda artista después de U2—, ni que viva en un ostentoso castillo en Killiney. Mucho menos que sea una católica devota o que no ofrezca conciertos porque no los necesita para publicitar su música. Lo que me atañe es lo que su música, su voz... hacen aflorar en mí.

Para finalizar, únicamente me resta expresar que, ahora, después de años de familiarizarme con ella, siempre que escucho a Enya, sé, por su característico estilo, que es Enya.



Apéndice.

Adiemus: la canción de Enya que no es de Enya.

Mi conocimiento de esta canción se debe a otro comercial.

En esta ocasión, no fue de otra bebida alcohólica sino de la compañía aérea, Delta Air Lines.






Por tanto, el cielo, las nubes y los aviones son las primeras imágenes a que me remite cuando la escucho. Sin embargo, después surgen otras tantas, afortunadamente.






A decir verdad, siempre asumí que era de Enya. Sin embargo, a raíz de la investigación que implicó este “recuento”, descubrí que la canción es interpretada por Miriam Stockley, y pertenece al disco Adiemus: Songs of Sanctuary (1995), “Adiemus: Canciones de santuario”, del compositor galés, Karl Jenkins.

Fue utilizada en el comercial televisivo referido, y formó parte de la compilación de la serie de Música New Age, Pure Moods de 1997, que podría traducirse como “Pura música ambiental (o de fondo)”, donde compartió créditos con temas de la propia Enya, Jean Michel Jarre, Mike Oldfield, Ennio Morricone...




Adiemus —término que se escribe de forma similar, pero que se pronuncia de forma distinta a una palabra en latín que significa: “nos reuniremos cerca”— es el título de una saga de discos de Jenkins, en la que aparecen voces melódicas armonizadas con una orquesta.

Las canciones carecen de letra. Se recitan sílabas y palabras inventadas por el compositor, cuyo propósito es que la voz funcione como un instrumento musical:

Ariadiamus late ariadiamus da
ari a natus late adua

A-ra-va-re tu-e va-te
a-ra-va-re tu-e va-te
a-ra-va-re tu-e va-te la-te-a

Ariadiamus late ariadiamus da
ari a natus late adua

A-ra-va-re tu-e va-te
a-ra-va-re tu-e va-te
a-ra-va-re tu-e va-te la-te-a...

Adiemus más que una canción, es una promesa “épica de paz” —por contradictorios que parezcan ambos términos. Es el descubrimiento de la comunión entre los seres humanos, a partir de la lucha que se entabla entre los coros vigorosos que suenan lejanos, pero no sólo espacial sino, sobre todo, temporalmente, y la flauta conciliadora, donde la voz funge como mediadora entre ambos, aunque hacia el final se apague hasta extinguirse en la sinuosidad del oboe.